Agosto 29 de 2011 Larvas en el Espagueti No es extraño imaginarse que la situación económica del globo terráqueo -o al menos en parte- se encuentra en un caos semejante a un plato de espaguetis en salsa de invertebrado. Lo digo porque la primera sensación al ver este fenómeno gastronómico, fue expulsar del interior todo lo que había probado durante el día. Y por supuesto, la necesidad imperiosa de hacer un reclamo o por lo menos, renunciar a sus servicios. Sin embargo, ante la gran estructura piramidal, ni siquiera alcanzamos la dimensión necesaria para interpelar (a excepción de un movimiento popular). En otras palabras, somos “componentes sujetos a cambio” o “insignificantes” por nuestro valor intrínseco. Pues somos nosotros los que vendemos la fuerza de trabajo para sostener su gran estructura. No obstante, nos da igual si son garantizadas nuestras necesidades de diversión y sostenimiento cotidiano (esto para la clase media). Medidas que se me antojan, promueven el actuar cínico de los más poderosos. En este sentido, somos apologistas o promotores del poder establecido. Para tal efecto, no existirían víctimas o victimarios, pues todos aceptamos el poder supremo. Que basta conocer al leer la sección de economía del periódico o la revista de turno, la cual dice:   “La concentración monopólica se ha acelerado a niveles nunca vistos: solo cinco empresas producen la mitad de los carros del mundo y cuatro concentran el 70 por ciento de las ventas de libros y computadoras en Estados Unidos. A su vez, las grandes multinacionales son cada vez más internacionales: General Electric tiene más del 50 por ciento de sus activos, su personal y sus ventas en el exterior, cuando hace diez años era entre un 30 y un 40 por ciento. Los activos de la Ford en el exterior pasaron de 7 a 46 por ciento en ese lapso, y 86 por ciento de la fuerza de trabajo de Coca-Cola está fuera de Estados Unidos”[1].   ¡Pero eso y nada importa, si no tocan mi bolsillo! -replicará usted. Pues déjeme decirle que son estas mismas transnacionales las que deambulan por todas las latitudes, buscando mano de obra barata, para engrosar aun más sus cuentas bancarias. Con lo que pueden comprar conciencias en el congreso para sus exenciones fiscales (reducción de impuestos, por lo tanto, más dividendos). ¡Pero eso y nada importa! - balbuceará usted. Yo con encanto y gentileza le diré: -encienda la televisión y sintonice el canal de noticias-. Se dará cuenta de la algarabía en Londres (barrio popular), en Atenas, en Madrid, etc., con un patrón afín a todos: la angustia por la supervivencia. Es decir, hablamos de un sistema mercado-céntrico que valora el orden económico de la realidad, más no al ser humano (el origen mismo del mercado). Al no concentrarse en las necesidades básicas del sujeto, pues su interés se encuentra centrado en el capital obtenido (o en el producto final de la materia prima). Que cada día es amasado en grandes cantidades por unos pocos, mientras unos muchos vivimos con lo suficiente. Sin embargo, las medidas estatales ante la crisis, no generan más confianza: privatizaciones y más impuestos para las clases menos favorecidas (clase media en extinción y clase baja en crecimiento). Así, ¿qué futuro nos depara? No lo se. Pues no soy vidente y ni siquiera economista titulado (pero debo admitir mi interés por las teorías económicas). Lo cierto es que el panorama se torna oscuro.                Por: Carlos Campo          [1]    Revista Semana del 22 al 29 de Agosto de 2011. Edición n.° 1529.