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  Cuidado, la busqueda de la santidad puede separarnos

Febrero 13 de 2012

 

¡CUIDADO!

LA BÚSQUEDA DE LA SANTIDAD PUEDE SEPARARNOS…

(Lucas 18: 9-14)

 

La palabra “Santo”, viene del griego “Agios” que significa consagrado ó separado. Supone una consagración a Dios para servirle en medio del las personas y una separación del mundo: aquellas cosas que no agradan a Dios. Sin embargo, en la búsqueda de la santidad, podemos olvidar su significado y quedar totalmente fuera de los planes de Dios, haciéndonos odiosos ante Él y ante aquellos en medio de los cuales debemos trabajar. Por eso es que es necesario que hoy prendamos las alarmas y nos demos cuenta, que la búsqueda de la santidad, puede separarnos…

 

¿Pero separarnos de quién?

 

Primeramente, esa búsqueda de la santidad puede separarnos de Dios. Según el evangelio de Lucas, Jesús inicia la parábola debido a que con ellos había “unos que confiaban en sí mismos, se creían justos y despreciaban a los demás”. Esto motivo que Jesús contara una de las parábolas más sencillas, pero de gran significado dentro de los evangelios: La parábola del Fariseo y del Recaudador de impuestos.

 

¿Por qué la búsqueda de la santidad nos puede separar de Dios? Porque así como aquél Fariseo, puede llegar un momento en que nos creamos autosuficientes, personas que ya no necesitan el perdón de Dios por todas aquellas cosas malas que han dejado de hacer y todas las cosas “buenas” que sí hacen.

 

Al fariseo le pasó igual, según la parábola, este era un buen hombre, subió a orar al Templo de Jerusalén y en oración empieza a detallar aquellas cosas malas que no practica: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres: ladrones, malhechores, adúlteros, ni mucho menos como ese recaudador de impuestos”. Estas personas en nuestras iglesias deberían tener un puesto de honor. Seguramente la audiencia que Jesús tenía admiraba a este tipo de personas, muchos querían ser como este hombre. Dicho sea de paso, la palabra y el oficio de “fariseo” no tenía la misma connotación negativa que tiene para nosotros hoy, para la gente, estas eran de las personas más respetables de la región; fieles servidores de Dios, algunos los creían descendientes directos de Moisés, ellos eran el ejemplo de cómo se debe servir a Dios.

 

Pero precisamente fue ese deseo de ser mejores, de buscar una verdadera comunión con Dios que los terminó alejando de ÉL. Este fariseo se creyó demasiado bueno frente a Dios, prácticamente no necesitaba de Él, por poco y es capaz de decirle al Señor: “Quédate allá en el cielo tú, tranquilo, no te preocupes por nada en la tierra que acá estoy yo”. ¿No son esas nuestras actitudes en algunos momentos? Pero este hombre seguramente tenía motivos para sentirse tan superior, no sólo no practicaba cosas malas, sino que además hacía muchas cosas buenas: “ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo". estimad@ lector/a, no crea que ayunar dos veces a la semana, sin tomar siquiera agua en medio del desierto era cualquier cosa. Realmente esta era una persona que hacía más de lo que debía, porque la Ley estipula que el ayuno era una vez por semana, en el día de reposo, pero este tipo era más consagrado que cualquiera, era más diezmador que cualquiera que usted conozca. Sin embargo, este hombre, en su búsqueda de la santidad pudo estarse separando de Dios.

 

Segundo, esa búsqueda de la santidad puede separarnos de nuestro prójimo. Precisamente todos los logros en nuestra propia consagración pueden llevarnos a pensar que somos mejores que los demás, pueden llevarnos a ser guías de ciegos, expertos en buscar la paja en el ojo ajeno. Sean cuales sean nuestros logros, no estamos por encima de nadie, todos estamos igual de necesitados de la Gracia de Dios. Este fariseo no lo ve así, le da gracias a Dios porque “no es como los otros hombres…” le da gracias a Dios porque no es “como ese recaudador de impuestos”. Cuántas veces hemos sido nosotros iguales a aquél fariseo, cuántas veces le hemos dado gracias a Dios porque no somos como aquél drogadicto al que miramos por encima de hombro, cuántas veces le hemos dado gracias a Dios porque no somos como aquella muchacha de nuestra iglesia que quedó en embarazo y que todos critican, cuántas veces no nos hemos parado en frente de nuestras congregaciones a dar testimonio de la buena obra que Dios ha hecho en nosotros y por eso nos creemos mejores que las personas de nuestras familia, nuestro barrio, hermanos de la iglesia. Es hora que hagamos un alto en el camino en nuestra búsqueda de la santidad y examinemos si con eso, no estamos alejándonos del Dios al que tanto estamos buscando y del hermano al que prontamente debemos servir.  

 

 

 

Por si queda alguna duda, al final de la parábola, Jesús deja una enseñanza que seguramente causó polémica entre su auditorio: “En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

 

 

 

Cuidado querido/a, el desprecio al pecador y la confianza en nuestras propias buenas obras debido a nuestra “santidad”, puede ser lo que termine separándonos de Dios y del prójimo.  

 

Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo

 

(Efesios 4:31-32)


Por: Th Javier Barco.

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