Todavía no alcanzo a comprender las enigmáticas palabras del Maestro, su misteriosa manera de vivir, su inescrupulosa manera de actuar. Que “el último será el primero”, que “estaba en los negocios de mi Padre” o tocando leprosos.

“Honra a tu padre y tu madre”, pero cuando lo llama su familia él responde “cualquiera que hace la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre”. “No trabajarás el día sábado” y Jesús sana enfermos ese día.

En fin, me demoraría mucho escribiendo cada acontecimiento de paradojas que Jesús plantea; habría que escribir un libro igual de grande a la Biblia para detallarlas claramente. Pero esa no es la intención de este escrito, tal vez luego lo haga.

Lo interesante de todo esto es que Jesús rompió todas las reglas que la sociedad de su época tenía establecidas, hizo caso omiso a todas las pretensiones de los rabinos judíos, destruyó todas las barreras que existían, se acercó a lo más asqueroso de la sociedad e impactó del más grande hasta el más pequeño. Tal fue su impacto que murió crucificado, ¿por qué matar a un inocente? Porque  simplemente está destapando todas las ollas podridas.

Tal impacto tuvo el Maestro y ¿qué hacen sus seguidores hoy en día? Se dedican a llenar templos con gran parafernalia, siguiendo las reglas de la sociedad y sometiéndose a un sistema satánico que sólo destruye vidas. Espectáculos aquí y allá, palabras sabias rodando en el aire, vidas abstraídas de la realidad, degenero individual y social; esto es lo que se ve en la sociedad actual. Inmensas iglesias llenas, otras no tanto; pero la sociedad sigue igual o peor. Que Jesús ya lo predijo y Juan también lo manifestó en su libro que el Cristo le reveló; eso es claro, pero ¿esa es la justificación de todo?

La negligencia ha llegado a su colmo, el conformismo a hecho mella en lo más hondo del corazón, la tiranía se ha inmiscuido en las instituciones eclesiales, la corrupción se ha infiltrado en los púlpitos pastorales. Los laicos defienden su laicidad, promueven el trabajo social; pero el Evangelio se pierde entre sus obras infructuosas con las que pretenden alcanzar la salvación. Los líderes eclesiales por su parte defienden su espiritualidad, promueven la predicación, la evangelización, la recolección de diezmos; pero el Evangelio se pierde entre sus obras infructuosas con las que pretenden alcanzar la salvación.